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sábado, 10 de julio de 2010

“El traje del secretario”

A petición de los lectores, reproduzco la columna que publiqué en octubre de 2008, dedicada al entonces secretario de Desarrollo Social. Espero la disfruten (tanto como yo).




“Érase una vez un rey muy presumido y muy malgastador. Tan malgastador que cada día estrenaba un traje nuevo. Todo el dinero se lo gastaba en lujosos vestidos para él, mientras que muchos de sus súbditos no tenían nada que ponerse.


Todos los sastres del reino ya le habían cosido más de una vez, pero llegó un día en que ya no sabían qué modelo diseñar para que estuviera contento, pues ya nada le gustaba...


Un día llegaron dos hombres que dijeron ser grandes tejedores.


—¡Oh, sí! —dijo uno—, podemos tejer la tela más hermosa del mundo, no sólo por sus rarísimos colores, sino porque posee una virtud maravillosa.


—¡Oh, sí —añadió el otro—, ¡es invisible para los que son muy tontos!


—¡Es lo que yo necesito! —pensó el Emperador—. Estaré muy elegante y podré saber cuántos tontos me rodean. Y sin dudar un momento ordenó: —¡Que me hagan ese traje!


Los tejedores recibieron grandes cantidades de dinero para comenzar a trabajar de inmediato. Armaron dos grandes telares y pidieron finísimos hilos de oro y plata que escondieron en sus alforjas, y trabajaron día y noche, pero con los telares vacíos. Y siguieron pidiendo los hilos más finos de seda, oro y plata, que guardaban cuidadosamente, mientras hacían como que trabajaban en los telares hasta altas horas de la noche.

Me gustaría saber cómo avanza el trabajo —pensó el Emperador. Pero la virtud maravillosa de la tela de ser invisible para los tontos lo tenía un poco preocupado.


Enviaré a mi Sabio Ministro, nadie más indicado que él para saber lo que está pasando.

Y el Sabio Ministro entró a la sala donde estaban los tejedores concentrados en su trabajo.


¡Mi Dios! —se dijo asombrado— ¡Yo no veo nada!


¿Seré realmente un tonto? No me animo a confesar que no veo nada.

Eso pensó, pero dijo:


—¡Es una tela bellísima! ¡Nunca se ha visto nada igual! Sí, sí, así le diré al Emperador.


—Eso nos alegra mucho —dijeron los tejedores, y le explicaron cómo usaban esos diseños y esos colores. El Sabio Ministro escuchó con la mayor atención para poder repetir las explicaciones una por una.


Los tejedores siguieron pidiendo hilos de oro y plata en grandes cantidades pero todo era guardado en sus alforjas, y continuaron trabajando en los telares vacíos.


Días después el Emperador quiso saber cómo adelantaba el trabajo y mandó al Gran Chambelán para examinar el tejido y ver cuánto faltaba para terminarlo. Pero el Gran Chambelán sólo pudo ver telares vacíos. Y donde señalaban las manos de los tejedores sólo veía puñados de aire.


-¿No es una obra maestra? —preguntaron los tejedores, explicándole las líneas del diseño y nombrándole los colores usados.


—¡Pero yo no soy un tonto! —pensaba el Gran Chambelán—. ¿Seré incapaz en mi trabajo?


Eso pensó, pero dijo:


¡Es una tela bellísima! ¡Nunca se ha visto nada igual! Sí, sí, así le diré al Emperador.



Y se fue a contarle, repitiendo con pelos y señales los colores y los diseños que habían dicho los tejedores.

Por todo el pueblo se fue extendiendo el rumor, y en la ciudad sólo se hablaba del tejido maravilloso. Entonces el Emperador ya no pudo resistir la curiosidad y quiso verlo. Con una selecta comitiva que encabezaban el Sabio Ministro y el Gran Chambelán, fue al aposento de los tejedores, que parecían profundamente atareados.



—¿No es cierto que es una tela magnífica? —dijo el Sabio Ministro.

—¡Maravillosa! ¡La única digna de vestir al Emperador! —dijo el Gran Chambelán, pensando que los otros sí podían verla.

—¡Qué terrible –pensó el Emperador—¡Yo no veo nada! ¿Seré incapaz de gobernar?


Eso pensó, pero dijo:


—¡Es bellísima! ¡Nunca se ha visto nada igual!


Los integrantes de la selecta comitiva añadieron:


—¡Es magnífica!


—¡Es admirable!
—¡Es hermosa!


—¡Nunca se ha visto nada igual!

Y todos le aconsejaron estrenar el traje para el Gran Desfile. Y los tejedores fueron premiados y condecorados, y cada uno recibió el título de Gran Tejedor del Reino.

El día del Gran Desfile, ante un grupo de cortesanos, los tejedores hicieron como si retirasen la tela del telar. Cortaron el aire con grandes tijeras, cosieron con agujas sin hilo, y dijeron que el traje estaba terminado.

El Emperador llegó en ese momento y los tejedores, ante las exclamaciones de admiración de los cortesanos, le enseñaron las prendas.

—Esta es la chaqueta.
—Esta es la capa.
—Son más livianas que una tela de araña.


El Emperador se sacó sus ropas y los tejedores fueron vistiéndolo cuidadosamente con las prendas inexistentes, y simularon colocarle la gran capa ante las alabanzas de los cortesanos.


—¡Qué hermoso traje!




—¡Qué colores!





—¡Qué elegante queda!

El Emperador se miró al espejo, y aunque sólo vio sus calzoncillos rayados, exclamó:




-¡Es un traje muy, pero muy hermoso! Sí, sí, es el más hermoso de mis trajes.




Los dos chambelanes que debían llevar la cola de la capa hicieron como si levantaran algo del suelo y cuidadosamente alzaron las manos vacías, cada uno pensando que el otro sí podía ver la tela.





Y comenzó el Gran Desfile. El Emperador marchaba orgulloso bajo el magnífico palio, y todos decían a su paso:

—¡Qué traje soberbio!
—¡Es bellísimo!




—¡Nunca se ha visto nada igual!


Aunque no veían nada, salvo los calzoncillos rayados del Emperador, ninguno se animaba a admitirlo. Lo hubieran llamado tonto o incapaz, y todos seguían aplaudiendo con admiración.



Pero de pronto, en medio del público, se oyó la voz de un chico que gritaba:



—¡El Emperador está desnudo! ¡El Emperador tiene calzoncillos rayados!



Y un murmullo empezó a correr hasta que todo el mundo gritó:



—¡El Emperador está desnudo!





—¡El Emperador está desnudo!




—¡El Emperador tiene calzoncillos rayados!





Y el Emperador se miró los calzoncillos rayados y comprendió que tenían razón, mientras seguía desfilando y los chambelanes seguían sosteniendo la cola del traje que no existía.”





REPARTO:


—Javier López Zavala, como “El Rey presumido”.


—Roy Campos (Mitofsky) y Elías Aguilar (Indicadores), como “los dos grandes tejedores”.



—Alejandro Armenta Mier, como “El sabio Ministro”.



—José Luis Márquez, como “El Gran Chambelán”.



—Enrique Núñez, Ricardo Morales y Arturo Luna, como “La selecta comitiva”.





—Antonio Hernández y Genis y Norma Sánchez Valencia, como “Los chambelanes que cargaban la cola del traje”.




—Manuel Cuadras, como “El chico que vio en calzoncillos al rey”.

Manuel Cuadras


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