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sábado, 29 de enero de 2011

El primer día sin poder

Mario Marín fue el vivo retrato de un rey Lear acabado, envejecido, derrotado, indultado por su enemigo quien, desde la primera fila, le otorgó la clemencia del nuevo rey. El faraón caído todavía se permitió un fugaz, breve instante de debilidad cuando al hablar de su familia, en especial de su esposa, la voz se le quebró y pareció soltar una furtiva lágrima que en realidad sonó a lágrima de cocodrilo.

Una intención de poder que apenas quedó en simulacro. Un soberano que trocó en reyezuelo víctima de sus propios errores, de su natural vanidad. Preso en una gélida y carísima bodega vestida con ropajes de ocasión ceremonial que a todas luces sobrepasó el desaire.

Sillas, montones de sillas vacías. Malagradecidos ausentes. Exbeneficiarios olvidadizos. Triste la salutación que nunca llegó, el abrazo ausente, las porras que no se escucharon, el aplauso regateado que un día fue abundantemente regalado.

Un Lear abandonado en su mayor parte por sus hijos y compañeros de armas. Con el pretexto de recibir a Enrique Peña Nieto, Javier López Zavala cruzó el sillerío cuando su pater llevaba hablando más de 15 minutos. Marín García, su primogénito, llegó momentos después.

Fue un toro bravo que murió matando en la búsqueda de querencia. “Nunca me rendí, nunca perdí el entusiasmo”, confesó en público la oración que en secreto rezó una y mil veces en la coyuntura del escándalo Cacho. Un discurso matizado por las mentiras: “Prometí no interferir en los comicios y lo cumplí”, se adornó en una frase hueca que nadie le creyó, como tampoco su alegría por la alternancia que llegará a partir del martes. En su íntima intimidad, lo saben todos, le hubiera gustado entregarle el poder a otro priista. A su priista favorito Zavala, ya en segunda fila, lejos del poder.

El telón cayó para el marinismo bajo la mirada atenta de los exgobernadores Bartlett y Melquiades, quienes un día bebieron la misma amarga cicuta y esperaban pacientes convidarle su vaso a Marín. Se acabó la fiesta y a pagar la cuenta. El último en salir que apague la luz. El acompañamiento musical de “El triste”, fieramente ironizado por Doger en su red social, fue innecesario. Se acabó la mirada altiva, el talante perdonavidas.

Marín regresa a la normalidad, a la naturalidad humana. Al pecado original al que fue devuelto un 14 de febrero de 2006. Aquel que prometió convertirse en el mejor gobernador de la historia y en realidad la historia casi lo juzgará como el peor, porque entrega un estado endeudado y un partido devastado. A pocos cumplió, a excepción de su familia. El sueño se ha ido y no regresará. El oriundo de Nativitas dijo adiós para no volver.

***

Fue la última reunión de la cofradía marinista. Un club para lamerse las heridas. Un adiós insípido. Irónicamente, en las primeras filas fueron ubicados los dueños y directores de medios que se convirtieron en su guardia pretoriana que cubrió su cuerpo en la coyuntura del caso Cacho. Todos los beneficiarios, Hannan, Ventosa, López Sainz, Coral Castillo. Todos excepto el dueño del periódico envoltorio de una revista de sociales.

Para sorpresa de todos, el PRI nacional no abandonó al gobernador en desgracia. Con su insoportable y eterno huipil, Beatriz Paredes, la cómplice silenciosa de la derrota, regresó a la entidad para ver en primera fila el adiós de Marín.

No por anunciada causó menos sorpresa la llegada del gobernador electo Rafael Moreno Valle acompañado de la diva José Juan Espinosa, con quien conversó una y otra vez a lo largo del discurso para evitar dirigir una palabra, aunque sea una, al mínimo y gris León Dumit. La presencia de Moreno Valle evidenció una vez más sus diferencias profundas con la línea dura del panismo, pues Juan Carlos Mondragón vía Twitter había denunciado que mentía quien afirmara que los panistas asistirían a la despedida del sexenio marinista. Uno sí fue. El más importante, evidencia de que en la política los acuerdos se cumplen si hay caballeros de por medio.

La prole marinista, generosa a la hora de disfrutar del erario, ahora se empequeñeció y solamente fueron vistos ahí don Crescencio y la hermana Julieta. De nuevo ataviado con la corbata, Marín se preguntaba dónde habían quedado tantos primos, sobrinos, cuñados, yernos y etcétera que benefició en su sexenio.

La familia natural se ausentó. En algunos casos se retrasó, como le ocurrió a Marín García, quien llegó a la gran bodega cuando su padre ya hablaba de los enormes beneficios que a Puebla había traído su gestión. La familia política tampoco tuvo relevancia. Mario Montero ocupó un lugar inhóspito de la cuarta fila. Javier López Zavala centró su prioridad en lambisconear a Enrique Peña Nieto. Por su culpa se retrasó más de 20 minutos, y al terminar el discurso se convirtió en guarura del mexiquense para escoltarlo por aquí y por allá.

***

Los gritos de apoyo fueron escasos, así como las salvas de aplausos, aunque las hubo. La primera la motivó cuando en su discurso destacó logros en materia educativa, como elevar a la entidad de la posición 29 a la diez en calidad. Mientras enumeraba los éxitos gubernamentales que nadie percibe, Moreno Valle ya gobernaba a través de su BlackBerry, el gadget tecnológico con el que latiguea a sus empleados.

A esas horas el desaire ya era ostensible. Pese a que la logística retiró muchas sillas, casi la mitad del reciento permanecía vacío. Muchos miembros de la exburocracia dorada lo hacían más grande cuando se retiraban para no regresar. “No estalló ninguna huelga en mi sexenio y el promedio del empleo fue más alto que el nacional”, afirmó, mientras un Pericles Olivares de corbata rosa fucsia se acomodaba orondo en el lugar.

Otro aplauso cuando confesó que en sus seis años entregó mil 500 millones de pesos. Enrique Agüera, a quien ya incomoda el traje que orgulloso lució en el sexenio, solamente sonrió y alzó la mano.

Aplazada la BlackBerry, Moreno Valle no regateó nunca el aplauso, especialmente cuando Marín jugó a las lágrimas de cocodrilo al hacer referencia a su esposa. En un instante pasó de “góber precioso” a góber chillón, muy al estilo de José López Portillo.

No terminaron ahí los devaneos. Muy en su estilo, hizo referencia al escándalo Cacho cuando afirmó que nunca se cansó ni perdió el ánimo de servir a los poblanos. O aquello de que se había empleado al límite de sus capacidades. Los agradecimientos a su gabinete salieron sobrando, porque todos se van con la tranquilidad de abultadas cuentas de cheques.

Al final tuvo una pizca de cinismo cuando afirmó que había prometido no meter las manos en los comicios. Moreno Valle, desde la primera fila, volvió a sonreír, al igual que Javier López Zavala. Más cinismo cuando se felicitó por la alternancia que vendrá, un Zedillo de por aquí cerquita. Burda mentira, la peor, al firmar que había transformado a Puebla. Olvidó decir que para mal.

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El final no tuvo nada de apoteósico, ni de paroxismo, ni de alborozo. Fue más bien una prisa gris, urgencia de entregar, ánimo de correr tras Peña Nieto, agradecimiento de que por fin se va el que se va y llega el que llega. Un final insípido, patoso, desangelado y gélido. Del duro Marín quedó poco. El telón cayó y los marinistas salen del proscenio bajo el abucheo.

Que ya lleguen los nuevos actores.

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